jueves, septiembre 07, 2006

Cayucos

Cuando un pastor de un pueblo de La Manchuela subió al coche de Emilio Attard, para ir a una corrida de toros a la que éste le había invitado, le dijo: A ustedes los ricos les tiene que saber muy mal morirse, ¿verdad? No recuerdo si el político, dueño del lujoso coche, llegó a contarlo en algún artículo. La anécdota sirve para ilustrar las diferentes formas de situarse ante la muerte. Para unos, pensar en ella puede resultar traumático; para otros, como al parecer es, o era, el caso del pastor, es algo indiferente. Y a nadie se le escapa que para otros, como puede ser el caso de aquellos que reciben tormento, es el más grande de los premios.
La muerte no asusta tampoco a los africanos que se embarcan en los cayucos. Cómo será su situación que gastan un dinero que no tienen, para pagar el billete de un viaje en el que saben que muchos morirán y que los que logren llegar tendrán un futuro muy incierto y lleno de peligros. Este hecho debería motivar algún tipo de reflexión, aunque es obvio que ni España ni el resto de Europa pueden acoger a todos los inmigrantes. Europa ni siquiera es capaz de avanzar en la construcción de la Unión Europea y quizá lo que ocurra es que buena parte de los acomodados europeos esté mirando con recelo este fenómeno y desee culpar a España por no cuidar sus fronteras. Pero la inmigración africana no va a cesar. Buscará todos los caminos y tratará de encontrar todos los huecos por los que se pueda colar. No hay más solución que tratar de mejorar las condiciones de vida en el continente africano, si queremos seguir conservando las nuestras.


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