Dice Sadam que si lo condenan a muerte prefiere morir fusilado antes que colgado. La realidad es que un juicio que entre sus posibles condenas contiene la pena de muerte carece de legitimidad moral. Si el juez se reconoce capaz de hacer lo mismo que el reo, se pone a su altura. Por otra parte, Sadam no es, ni era, el único tirano en el mundo. Hay otros que quizá son recibidos con todos los honores en la Casa Blanca y otras residencias presidenciales. Tampoco parece que la situación en Iraq, ni en el mundo, haya mejorado tras la brutal invasión de ese país. Es posible, incluso, que buena parte de la población iraquí añore los aciagos tiempos dictatoriales, a la vista de lo azarosos que resultan los de ahora y de la destrucción padecida. El método que se eligió no era el mejor para ayudar a los iraquíes. Terminar la hazaña con la pena de muerte para el sátrapa sería poner la guinda a tanto error. Lo que debería hacer el gobierno de Estados Unidos es llevárselo a su país, darle empleo como repartidor de periódicos, coca- cola o similar y prohibirle salir del país. Tampoco es justicia, pero por lo menos actual así no añadiría ignominia.
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