Es sabido que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos y eso, siendo mucho, significa que no es perfecto y que, por tanto, no tiene un valor definitivo. Del mismo modo habría que entender que la popularidad, en el caso de los políticos en ejercicio, no es más que algo a tener en cuenta por sus partidos, con vistas a las consultas electorales. Es decir, no conviene dar a esta cuestión demasiada importancia. Quizá sea conveniente recordar que personas tan nefastas para la humanidad como Aznar, Arzallus, González, Maragall, Pujol y otros, gozan de gran predicamento social. También conviene fijarse en el hecho de que los pueblos, a menudo, logran progresar aunque tengan líderes nefandos. En el caso de nuestra vicepresidenta del gobierno, que goza de gran popularidad, siempre he tenido la impresión de que se atenía a la conocida norma número uno que dice que el jefe siempre tiene razón y a la número dos que explica que en caso de que no sea así hay que aplicar la norma número uno. Me pareció que era de ese modo cuando emergió al mundo de la política de la mano de Belloch. Y después con González y ahora con Zapatero.
Denota mucha seguridad y mucha firmeza cuando habla y habría que preguntarse en qué medida está influenciado eso por la fe ciega en el jefe y hasta qué podría mantener esta actitud en el caso de que no tuviera a nadie por encima y se viera obligada a resolver las cosas por sus propios medios.
“Si me hablan despacio, ya entiendo el valenciano”
Denota mucha seguridad y mucha firmeza cuando habla y habría que preguntarse en qué medida está influenciado eso por la fe ciega en el jefe y hasta qué podría mantener esta actitud en el caso de que no tuviera a nadie por encima y se viera obligada a resolver las cosas por sus propios medios.
“Si me hablan despacio, ya entiendo el valenciano”
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