En la hora de la entrega de los Premios Jaime I corresponde felicitar a los ganadores y agradecerles el esfuerzo diario que realizan y agradecer también a los miembros del jurado su esmero en la elección de los premiados. Sin embargo, no sé si se me permitirá contradecir, en alguna medida, al presidente Camps. No todo lo que hace la ciencia es bueno. A los premiados se les premia precisamente porque su labor es beneficiosa para el ser humano. Y no sólo hay que fomentar la curiosidad por la ciencia, sino que habría que fomentar sobre todo en la curiosidad hacia los demás. Conócete a ti mismo, decían los griegos, y el mejor modo de lograrlo es tratando de conocer al prójimo, sintiendo curiosidad por su vida, milagros e inquietudes. Se corren riesgos con ello, claro. Se puede uno tropezar con alguien que tenga tal tendencia a vigilar, para que nadie se salga de los campos acotados, que parezca salido del Gran Hermano. Con respecto a los premios y el servicio al ser humano, se echa de menos que también se premie a ese otro tipo de personas que, haciendo grandes méritos, nunca serán reconocidas como corresponde, según la pauta actual. Baste recordar como ejemplo, el caso de Hellen Keller y Ana Sullivan. Sin la segunda, la primera hubiera vivido una vida atroz. Pero sin la primera, la segunda hubiera pasado desapercibida por el mundo. Sus conocimientos, su abnegación, su férrea voluntad y su bondad no hubieran encontrado cauce para manifestarse. Hay héroes anónimos, que enfrentan problemas imposibles y el simple hecho de que los enfrenten ya beneficia a la humanidad, pues con ello defienden la dignidad humana y ponen una nota de optimismo en el ambiente, frecuentemente tan claudicante. Hay mucha gente que decide hacer grandes y abnegados sacrificios para beneficiar a otras personas. Me he referido en varias ocasiones a esos dos hombres que en un arrebato de generosidad arriesgaron sus vidas para defender las de otros. Ni pidieron ni obtuvieron ninguna recompensa a cambio. No es necesario ser un genio para beneficiar a la humanidad. Lo que hace falta es tener valor y bondad. Termino, pues, aplaudiendo, felicitando y agradeciendo a los premiados y a quienes colaboran en los premios y reivindico, al mismo tiempo, la creación de otros premios, que estimulen las más nobles cualidades humanas.
Sinarcas, sin misa
La lección de Ana Sullivan
'Bésame mucho'
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