Una mujer de Guinea Ecuatorial que vive en Valencia, con la que entablé una de esas conversaciones que surgen espontáneamente y que a veces resultan muy agradables, me dijo que lo único que reprocha a España es que no hiciera escuelas en su país. Hace poco hablé por teléfono con un familiar mío que estuvo destinado en ese país en la segunda mitad del decenio de los sesenta y aproveché para comentarle el asunto, tras lo cual salí pensando en que aquella señora había sido muy generosa. Mi familiar me confesó que dedicaba sus tardes, voluntariamente, a dar clases a los niños, puesto que no había colegios. Me dijo también que había respetado a los nativos y que los atendía igual que a los blancos, sin dar preferencia a éstos en las colas que se formaban en la oficina de correos en la que trabajaba. Quizá por ello cuando sobrevino la independencia de Guinea fue respetado por los nativos, al contrario que otros españoles, que tuvieron que sufrir sus iras. Otra cuestión que salió a relucir durante esa charla telefónica es que mi familiar considera que ya no debe de quedar ningún conocido suyo vivo, pues la esperanza de vida de los guineanos es muy corta.
Tampoco en Guinea Conacry puede decirse que las cosas vayan bien. Aunque éste sea el tiempo en que los europeos queremos desentendernos de África, en otras épocas sí que estuvimos allí. Habría que buscar nuestra huella y ver en lo que han quedado nuestras enseñanzas. Quizá no podamos soportar tanta vergüenza.
Cristina Balanzá Josa
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'Bésame mucho'
Tampoco en Guinea Conacry puede decirse que las cosas vayan bien. Aunque éste sea el tiempo en que los europeos queremos desentendernos de África, en otras épocas sí que estuvimos allí. Habría que buscar nuestra huella y ver en lo que han quedado nuestras enseñanzas. Quizá no podamos soportar tanta vergüenza.
Cristina Balanzá Josa
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