jueves, enero 26, 2006

Ese rancio catalanismo

Una vez más, y de nuevo impúdicamente, se ha destapado Maragall, dando a conocer lo que pretende. Para él, no somos todos iguales. He de hacer constar que no identifico a Cataluña con Maragall ni con nadie. Por mi parte, reconozco que hay un sentimiento catalán, que viene de antiguo, que es el que propicia este estado de cosas y que conviene resolver del modo más justo posible. Pero interpretar en qué consiste ese sentimiento no es fácil y aunque todo el mundo tiene derecho a intentarlo, nadie debe pensar que su teoría sobre el particular es la que vale. Tampoco es fácil interpretar el modo de ser de los pueblos, el catalán o el valenciano, por ejemplo. No es correcto que alguien escriba una tesis, dé por resuelta la cuestión con ella y luego otros la empleen como dogma y la blandan como arma definitiva. El pueblo valenciano tiene un modo distinto de enfrentarse a los problemas que el catalán, pero eso no significa que no tenga su historia, su personalidad o sus derechos.
Para aquellos que no saben distinguir una torta de un pan, ni tienen la suficiente sensibilidad democrática para respetar los legítimos deseos ajenos, el valenciano y el catalán son la misma lengua. A quienes se empeñan en presumir de demócratas cabría hacerles las siguientes preguntas:

¿Tiene derecho el pueblo valenciano a poner las normas gramaticales que desee a su propio idioma, que viene hablando desde hace muchos siglos?

¿Tiene derecho el pueblo valenciano a reclamar como propio su Siglo de Oro, puesto que otra Comunidad Autónoma pretende arrebatárselo?

La táctica de los supuestos demócratas consiste en quitar legitimidad al usuario de la lengua y ponerlo a las órdenes de los lingüistas, que cobran por sus trabajos, puesto que perciben sueldos o publican libros. El trabajo de los lingüistas es meritorio, pueden averiguar el origen de la lengua, pero no pueden obligar a los hablantes a que vayan en una determinada dirección. Creo, y lo digo modestamente, que el único modo de que el valenciano perviva consiste en que los catalanistas se olviden de él.
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