Hace más de una decena de años, en una conversación sobre las diferencias entre las enseñanzas pública y privada, con algún responsable del colegio de uno de mis hijos, uno de los que más alumnos tienen de Valencia, éste me llevó a ver el despacho del director y las oficinas. Éstas, minúsculas, con casi todo el espacio ocupado por los archivadores, con los expedientes, muy poco personal y las mesas juntas. El despacho del director, también de proporciones mínimas. Y mi interlocutor dijo: En cualquier colegio público, que tenga la mitad o la tercera parte de alumnos que nosotros, el despacho del director es muy grande y en la administración necesitan mucho más personal del que es necesario aquí. Además, se reunen muchas veces en restaurantes, con la factura de la comida a cargo del presupuesto público.
Esta anécdota la he recordado al ver el despacho de la Ministra Trujillo, que quizá piensa que va a pasar en él toda su vida, de lo bien que se lo ha montado. Estas cosas me dan a pensar que quizá los españoles tengamos el sentido de la propiedad muy acusado, junto con el gusto por la grandilocuencia (no cabe duda de que ese despacho es grandilocuente) y la ostentación.
Olvidamos a menudo que lo que importa de una persona es lo que es, no lo que tiene. Quien consigue algo con su esfuerzo, raras veces se detiene a pensar que hay otras personas, también muy valiosas y que igualmente se han esforzado mucho, a las que las circunstancias les han impedido llegar al mismo resultado. Sólo piensan que lo que han conseguido es suyo y se dedican a disfrutarlo.
Lo que vale de una persona es su actitud ante el mundo y ante la vida. Lo que vale de un Ministro no es la parafernalia de que se dote, sino lo que logre hacer en beneficio de los ciudadanos
Haría bien el Gobierno de turno en decorar los despachos de modo que sirvan para todos y en establecer por ley que dicha decoración habrá de durar veinticinco años como mínimo.
Esta anécdota la he recordado al ver el despacho de la Ministra Trujillo, que quizá piensa que va a pasar en él toda su vida, de lo bien que se lo ha montado. Estas cosas me dan a pensar que quizá los españoles tengamos el sentido de la propiedad muy acusado, junto con el gusto por la grandilocuencia (no cabe duda de que ese despacho es grandilocuente) y la ostentación.
Olvidamos a menudo que lo que importa de una persona es lo que es, no lo que tiene. Quien consigue algo con su esfuerzo, raras veces se detiene a pensar que hay otras personas, también muy valiosas y que igualmente se han esforzado mucho, a las que las circunstancias les han impedido llegar al mismo resultado. Sólo piensan que lo que han conseguido es suyo y se dedican a disfrutarlo.
Lo que vale de una persona es su actitud ante el mundo y ante la vida. Lo que vale de un Ministro no es la parafernalia de que se dote, sino lo que logre hacer en beneficio de los ciudadanos
Haría bien el Gobierno de turno en decorar los despachos de modo que sirvan para todos y en establecer por ley que dicha decoración habrá de durar veinticinco años como mínimo.
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