martes, marzo 14, 2006

Enseñanzas de la montaña

Dos alpinistas, con grandes trabajos, lograron rescatar a otros tres que habían sufrido un accidente. Al llegar a un lugar en el que descansaban otros alpinistas pidieron ayuda, pues pensaban que la vida de los rescatados podría estar en peligro. Los interpelados prefirieron reservar fuerzas para intentar coronar la cima, cuya mayor dificultad en este caso la pone el clima. Dominando la técnica, llegar arriba es cuestión de suerte, de que salga buen día.
Los montañeros saben perfectamente que en cualquier momento pueden necesitar de la ayuda de los demás. Negar la la suya a quienes han caido es, pues, un acto de absoluta torpeza.
Y si hay tanta indiferencia entre montañeros, ¿cómo será en las ciudades? Lo sabemos.
Quienes fueron rescatados se empeñan en agradecer el gesto de sus salvadores y por lo visto pretenden que el Vaticano los canonice. No es necesario. Quien se lanza a socorrer al prójimo no lo hace pensando en la recompensa. Si fuera así, actuaría como los del campamento que prefirieron seguir durmiendo. La satisfacción de haber cumplido con la obligación es suficiente.
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