<<¡Aquí tienes el Ifach, Sigüenza, en el tiempo prometido! Ahora ha de ser cuando lo comprendas y lo goces.>> Y en seguida se vale del irresistible y engañoso prurito de las comparaciones. De tan hermoso, debió de ser ya monte escogido y ensalzado por los antiguos, como el monte Erix, de Sicilia. Tendría su templo, con cipreses y mirtos, como Erix tuvo el de Venus, glorificado de palomos. Los marineros fenicios, griegos, etruscos, romanos, invocarían a la diosa en sus adversidades. (...) Calpe sin verano de gentes forasteras. Silencio. Una gaviota pasando por el horizonte. La llama de piedra del Ifach. Blancura de lomas y de casas como de obra de alfarería enjugándose en el bochorno de la tarde. Olor de barcos en el sol de la arena, de redes y de tiestos de alábegas y geranios. Calpe sin colonia de veraneantes regocijados y orfeónicos. ¡Gracias a Dios, sin turismo! (...) Yo bien sé que en este mundo, hasta lo que parece advenedizo, lo más reciente, hunde su raíz en edades muy viejas. También el turismo. Los griegos fueron turistas de Etruria, de Asiria, de Roma; turistas aprovechados y provechosos; vendían un ánfora y se dejaban una leyenda, un mito, un nombre de Dios, la claridad de una cultura.
Años y leguas. Gabriel Miró, 1928
El Peñón de Ifach siempre ha ejercido influjo sobre mí. Una roca imponente, enclavada en medio del mar, que impasible resiste sus embates.
Según desde donde se le mire tiene una apariencia u otra. La estampa que más me gusta es la que parece un león sedente que contempla el horizonte despreocupado. Pero tiene otras vistas también muy bellas. Sirve de resguardo ante los temporales y de refugio para aves y peces.
Pero sobre todo es un símbolo de grandeza, de tranquilo señoría, de majestad inalcanzable. O lo ha sido durante miles de años. Ahora han llegado los tiempos en que ya se puede decir sin ambages que todo se compra y se vende. La estúpida codicia ya se está atreviendo a construir en esas cercanías del Peñón que jamás debieron ser holladas.
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