lunes, octubre 03, 2005

Cataluña, Catalunya

No seré yo quien defienda a Zapatero y no sólo porque fue capaz de aliarse con un partido independentista para formar el gobierno de España, con lo cual dio a conocer su escasa talla de estadista, sino también porque, por lo menos, en los asuntos que conciernen a Cataluña, no parece saber por donde va y se limita a seguirle la corriente a Maragall.
Pero tampoco soy de los que defienden lo que ha dado en llamarse la firmeza de Aznar ante las pretensiones catalanas, entre otras cosas porque lo que ha acabado por devenir en el Estatuto catalán no surge de repente, necesita un prolongado tiempo de gestación. La absoluta falta de empatía con los catalanes fue un buen caldo de cultivo de algo que ya venía de muy atrás.
Aznar, por otra parte, no puede ser tomado como modelo porque tampoco se entera de que hace tiempo que le llegó la hora de callar.
Este ex-presidente actúa como si le hubiera tocado la lotería y estuviera tratando de sacarle más partido de lo que su capacidad permite. Me temo que González y Aznar, dos personas que se odian tanto, acabarán teniendo la misma consideración histórica, es decir, la de quienes no supieron estar a la altura de las circunstancias. Y Zapatero está haciendo todo lo posible para completar la terna.
Todo no consiste en decir que el nacionalismo es malo y repudiar a continuación cuanto hace. El nacionalismo, que muchos consideramos desfasado, es, no obstante, constitucional y, por tanto, hay que darle el tratamiento que corresponde. Todo no es pedirle ayuda cuando se necesita o aliarse con él, si no hay más remedio. Caer en la trampa de que se está enfrentado con los catalanes es un error grande. Esto último es difícil de evitar, pero si no se intenta resulta imposible.
Lo peor de todo es el modo en que se ha llegado a este resultado. Ninguna de las partes puede decir que ha sido modélico.

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