Un nuevo fraude masivo de tarjetas ha salido a la luz. Con respecto a las tarjetas hay muchas cosas en las que no se piensa, adormilados como estamos por su comodidad, que es el lado positivo. Voy a tratar de enumerar algunas de esas cuestiones. No fuimos los usuarios quienes las imaginamos cuando aún no existían, sino que de pronto nos vimos sometidos a un bombardeo publicitario en el que se nos informaba de su existencia y se nos instaba a adquirirlas y luego nos urgen para que las usemos. Una de las medidas disuasorias que mejor funcionan son las colas que suelen haber en las ventanillas bancarias. Vale la pena pagar, porque ahora los cajeros cobran por sacar dinero, salvo que uno se desplace precisamente a los pocos que le ofrecen ese servicio gratuito.
Pero llevar una o varias de esas tarjetas encima muy a menudo es bastante más peligroso que llevar un billete de quinientos euros. Pagar con tarjeta siempre conlleva un riesgo, mayor o menor, según los sitios. Hay que memorizar el número secreto, lo que constituye una gran dificultad para mucha gente. Y ahora resulta que, encima, los estafadores manipulan los cajeros para obtener los datos que las tarjetas con las que se opera. Los dueños de los cajeros deberían responsabilizarse más y no pensar sólo en los beneficios. Las autoridades económicas deberían ser más exigentes, con el fin de proteger debidamente los intereses de los ciudadanos.