Entre los políticos españoles hay una, por lo visto, irreprimible tendencia a ofenderse unos a otros. Ni siquiera recurren al ingenio, para que al menos las ofensas resulten digeribles por los espectadores. Se dicen las cosas lisa y llanamente como se piensan. A Fulano lo han dejado con el culo al aire o Mengano no es de fiar. Por ejemplo. Se utilizan epítetos como mediocre y miserable, con absoluta soltura. Eso no significa que estén aburridos por falta de problemas. Aparte de los normales, que surgen por sí solos, están los que nos crean esos mismos políticos, cuyo número no cesa de crecer. En la Comunidad Valenciana pronto habrá más diputados, no se espera que vayamos a obtener ningún beneficio por ello.
Hay tendencia a ofender a políticos de distintos partidos. Entre los del mismo, la cosa es más soterrada. Pero trasciende y es motivo de perplejidad que los ciudadanos lo aceptemos sin rechistar. Cuando un político demuestra de forma fehaciente que lo que defiende son sus propios intereses debería ser mandado a casa. Quizá este mal esté tan generalizado que se imposible de erradicar con rapidez. Conformémonos entonces con los insultos. ¿Sería mucho pedir, pues, que tratasen de mejorar su ingenio antes de insultar? A lo mejor hay libros que explican como hacerlo.
Hay tendencia a ofender a políticos de distintos partidos. Entre los del mismo, la cosa es más soterrada. Pero trasciende y es motivo de perplejidad que los ciudadanos lo aceptemos sin rechistar. Cuando un político demuestra de forma fehaciente que lo que defiende son sus propios intereses debería ser mandado a casa. Quizá este mal esté tan generalizado que se imposible de erradicar con rapidez. Conformémonos entonces con los insultos. ¿Sería mucho pedir, pues, que tratasen de mejorar su ingenio antes de insultar? A lo mejor hay libros que explican como hacerlo.
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